Sonando

domingo, 5 de noviembre de 2017

Mi mejor recuerdo.

Aún recuerdo nuestros primeros días. Las conversaciones interminables que culminaban con un "buenas noches" manchado de dulce incertidumbre. Nuestras miradas buscándose en los pasillos, en las fiestas, en la calle...Ese escalofrío que recorría mi cuerpo cada vez que recibía un mensaje tuyo, una llamada, cualquier señal que indicara que te estabas acordando de mí.  Daba igual. Quizá todo estaba en mi cerebro, pero para mí era tan cierto como que respiraba. Mi corazón se agitaba. Y por mucho que intentara de explicarlo, antes y ahora, no hay manera de encontrar palabras.

Aún recuerdo nuestro primer paseo, el primer roce de dedos y la primera cogida de mano como dos niños traviesos e inocentes. Mirarnos y sonreír. También recuerdo todas nuestras noches en vela. Nuestros debates de filosofía, religión y cómo vivir la vida. Nuestros rebotes absurdos y todas las veces que nos llevamos la contraria. Ceder, contraatacar y volver a hacer las paces siempre antes de que den las doce. Una regla nueva con la que mejorar y asegurarnos la existencia de amaneceres llenos de ilusión y esperanza. Y nos podemos enfadar mil veces, pero siempre honramos a esa promesa. Y qué felicidad me da pensar que, pase lo que pase, al final del día siempre hacemos borrón y cuenta nueva. Por eso, fuera lo que fuera el día anterior, el día presente o futuro habría de ser mejor.

Y fue, y es, con esa sencillez con la que nos acostumbramos a vivir en el detalle. A salir de nosotros para conocernos en los ojos del otro. Era tan bonito cómo me veías...¿Cómo no voy a hacer lo imposible para no defraudarte?

Aún recuerdo cómo me esforzaba. Todas las cartas que te escribí. Que nos escribimos. Las melodías que me inspirabas. Tus ojos, tu pelo, tu sonrisa, tu forma de acercarte, de darme un beso, de decir hola y adiós, tu forma de disimular tu nerviosismo, incluso tú falta de interés, de enfadarte y no reconocerlo, de estar agobiado y de estar incómodo en un sitio. De decírmelo sin decírmelo. De irnos. De dejarme tu abrigo. De que me quitaras el jersey. De morirme de frío y tensar todos y cada uno de mis músculos para tratar de no verme temblar. Y aún así siempre lo hacía. No por el frío, sino por ti.

Recuerdo salir a cenar. Reservar o improvisarlo. Acabar siempre en el mismo sitio. Y es que sino acabamos recorriendo el pueblo sin guía ni destino. Pero las calles nunca se cansaban de nuestros pies y en los bancos del parque siempre encontrábamos algún sitio. Recuerdo mirar al cielo y quedarnos callados. Escuchar tu respiración. Y hablar en silencio.

Recuerdo todas las películas que vimos y , sobre todo, las que nos quedan por ver. Todas las historias que inventamos. Las canciones que nos pasamos y nuestros libros preferidos. La mecánica del corazón, del tuyo y del mío. Recuerdo ver pasar el tiempo volando y recuerdo ser feliz. Con todo. Contigo.

Lo recuerdo como si fuera ayer. Y la verdad es que después de estos años recuerdo todo esto porque nada de lo que he dicho hemos dejado de hacerlo. Y cada día sigue siendo tan especial como el primero. Cada día sigue siendo mejor que el propio recuerdo