Los matices de la razón.
Sonando
jueves, 26 de abril de 2018
lunes, 29 de enero de 2018
que nunca debes olvidar de dónde vienes,
que a veces perdiendo se ganan cosas
y que no siempre ganan los buenos.
que el miedo es el rey de los finales,
que los consejos deben servirte
para que hagas lo que te dé la gana.
que el pasado no es un arma de destrucción masiva
y sí un aprendizaje que te hará mejor persona.
y que, aunque duela,
a veces querer no es suficiente.
domingo, 28 de enero de 2018
A veces las personas resultan tan predecibles que es rutinario buscar orígenes.
Desde el principio, antes de iniciar camino, ya hueles el final.
Resulta que nos guardamos en el bolsillo personas.
Bueno.
Ideas de personas, más bien.
Y resulta que, cuando un matiz se transforma, se lleva consigo el alma de lo guardado.
Esto, de primeras, parece apasionante.
Visto desde el fuego es increíblemente triste.
La idealización nunca tiene una transformación positiva para la persona que la mantenía. O la creaba.
Y yo me pregunto por qué siempre creemos estar navegando en calma, si la realidad es que naufragamos en cualquier pecho más veces de las que deberíamos.
Por qué cogemos el sueño fácil cuando creemos saber dibujar a ciegas la línea de la piel que nos tatuamos, si resulta que, en el fondo, no sabemos ni distinguir los lunares.
Por qué a pesar de alimentarnos con cal y arena seguimos borrándonos la huella propia rozando cada pliegue si, al final, cuando intentamos dejar marca de nuevo, no encontramos la identidad.
Y no estoy hablando de la de uno mismo.
No.
Tampoco es lo que piensas.
Con tantos por qués no intento predicar nada.
No escribo para dar ejemplo.
Ojalá no me clasificara yo en todos ellos.
O tú, que lo estás leyendo.
Pero la evidencia es no.
Nadie nos abre el alma como para dejar que nos adueñemos.
Y nadie va a saber lo que duele la transformación del matiz más que tú mismo.
Con el tiempo el acierto de la predicción es el que te va a dar el palo o la reafirmación.
A mí ya se me repiten los golpes.
¿Cuál te duele más a ti?
sábado, 6 de enero de 2018
Rememorando.
domingo, 5 de noviembre de 2017
Mi mejor recuerdo.
Aún recuerdo nuestros primeros días. Las conversaciones interminables que culminaban con un "buenas noches" manchado de dulce incertidumbre. Nuestras miradas buscándose en los pasillos, en las fiestas, en la calle...Ese escalofrío que recorría mi cuerpo cada vez que recibía un mensaje tuyo, una llamada, cualquier señal que indicara que te estabas acordando de mí. Daba igual. Quizá todo estaba en mi cerebro, pero para mí era tan cierto como que respiraba. Mi corazón se agitaba. Y por mucho que intentara de explicarlo, antes y ahora, no hay manera de encontrar palabras.
Aún recuerdo nuestro primer paseo, el primer roce de dedos y la primera cogida de mano como dos niños traviesos e inocentes. Mirarnos y sonreír. También recuerdo todas nuestras noches en vela. Nuestros debates de filosofía, religión y cómo vivir la vida. Nuestros rebotes absurdos y todas las veces que nos llevamos la contraria. Ceder, contraatacar y volver a hacer las paces siempre antes de que den las doce. Una regla nueva con la que mejorar y asegurarnos la existencia de amaneceres llenos de ilusión y esperanza. Y nos podemos enfadar mil veces, pero siempre honramos a esa promesa. Y qué felicidad me da pensar que, pase lo que pase, al final del día siempre hacemos borrón y cuenta nueva. Por eso, fuera lo que fuera el día anterior, el día presente o futuro habría de ser mejor.
Y fue, y es, con esa sencillez con la que nos acostumbramos a vivir en el detalle. A salir de nosotros para conocernos en los ojos del otro. Era tan bonito cómo me veías...¿Cómo no voy a hacer lo imposible para no defraudarte?
Aún recuerdo cómo me esforzaba. Todas las cartas que te escribí. Que nos escribimos. Las melodías que me inspirabas. Tus ojos, tu pelo, tu sonrisa, tu forma de acercarte, de darme un beso, de decir hola y adiós, tu forma de disimular tu nerviosismo, incluso tú falta de interés, de enfadarte y no reconocerlo, de estar agobiado y de estar incómodo en un sitio. De decírmelo sin decírmelo. De irnos. De dejarme tu abrigo. De que me quitaras el jersey. De morirme de frío y tensar todos y cada uno de mis músculos para tratar de no verme temblar. Y aún así siempre lo hacía. No por el frío, sino por ti.
Recuerdo salir a cenar. Reservar o improvisarlo. Acabar siempre en el mismo sitio. Y es que sino acabamos recorriendo el pueblo sin guía ni destino. Pero las calles nunca se cansaban de nuestros pies y en los bancos del parque siempre encontrábamos algún sitio. Recuerdo mirar al cielo y quedarnos callados. Escuchar tu respiración. Y hablar en silencio.
Recuerdo todas las películas que vimos y , sobre todo, las que nos quedan por ver. Todas las historias que inventamos. Las canciones que nos pasamos y nuestros libros preferidos. La mecánica del corazón, del tuyo y del mío. Recuerdo ver pasar el tiempo volando y recuerdo ser feliz. Con todo. Contigo.
Lo recuerdo como si fuera ayer. Y la verdad es que después de estos años recuerdo todo esto porque nada de lo que he dicho hemos dejado de hacerlo. Y cada día sigue siendo tan especial como el primero. Cada día sigue siendo mejor que el propio recuerdo