Sonando

domingo, 28 de enero de 2018

A veces las personas resultan tan predecibles que es rutinario buscar orígenes.
Desde el principio, antes de iniciar camino, ya hueles el final.

Resulta que nos guardamos en el bolsillo personas.

Bueno.

Ideas de personas, más bien.

Y resulta que, cuando un matiz se transforma, se lleva consigo el alma de lo guardado.
Esto, de primeras, parece apasionante.

Visto desde el fuego es increíblemente triste.

La idealización nunca tiene una transformación positiva para la persona que la mantenía. O la creaba.

Y yo me pregunto por qué siempre creemos estar navegando en calma, si la realidad es que naufragamos en cualquier pecho más veces de las que deberíamos.

Por qué cogemos el sueño fácil cuando creemos saber dibujar a ciegas la línea de la piel que nos tatuamos, si resulta que, en el fondo, no sabemos ni distinguir los lunares.

Por qué a pesar de alimentarnos con cal y arena seguimos borrándonos la huella propia rozando cada pliegue si, al final, cuando intentamos dejar marca de  nuevo, no encontramos la identidad.

Y no estoy hablando de la de uno mismo.

No.

Tampoco es lo que piensas.
Con tantos por qués no intento predicar nada.
No escribo para dar ejemplo.
Ojalá no me clasificara yo en todos ellos.
O tú, que lo estás leyendo.
Pero la evidencia es no.
Nadie nos abre el alma como para dejar que nos adueñemos.
Y nadie va a saber lo que duele la transformación del matiz más que tú mismo.
Con el tiempo el acierto de la predicción es el que te va a dar el palo o la reafirmación.

A mí ya se me repiten los golpes. 

¿Cuál te duele más a ti?


No hay comentarios:

Publicar un comentario