Sonando

lunes, 26 de agosto de 2013

Nuestra tormenta.

Aquí estoy. Sentada. Sola. Pensando en todo lo que tuvimos y preguntándome qué es lo que nos ha pasado. Oigo llover fuera. La tormenta perdura. Digamos que el tiempo se enlazó a cómo me siento desde aquel día. Dicen que la vida puede cambiarte de un día para otro, en mi caso, fueron segundos los que marcaron ese cambio. Segundos en los que pasamos de ser todo...a no ser nada. Voy dirigiéndome a la ventana poco a poco, quiero observar la lluvia caer, ver cómo las gotas precipitan desde el cielo tan valientemente hacia abajo, sin pensar en lo rápido que terminarán derramadas en el suelo. Quizás te suene extraño, pero lo que tuvimos fue parecido a una tormenta; Todo era brillante y magnífico, como un cielo despejado en el que brilla el sol más grande. Nuestras manos entrelazadas y nuestras sonrisas cómplices podían vencer cualquier pequeña nube que intentara tapar el mínimo rayo de sol. Todo era felicidad, alegría, creíamos que aquel cielo tan azul no lo podría tapar nada, ni nadie. Hasta que...¡bum! Llega el nubarrón, acompañado de truenos, rayos y mucha, mucha lluvia. Déjame decirte que creía tener las esperanzas y fuerzas necesarias para evitar que la tempestad no comenzara a caer sobre nosotros. Déjame decirte que lo intenté, lo intenté con todas las ganas que me podían quedar. Pero no. Nuestras manos ya no encajaban la una en la otra, la complicidad de nuestras sonrisas había desaparecido y el sol que manteníamos en lo alto de aquel cielo, se había apagado completamente. Fue entonces cuando comenzaron a precipitar aquellas gotas, y con ellas nosotros. Sin más dilación, la última chispa destrozada en el frío suelo, marcó el final de nuestra tormenta.

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